jueves, 27 de enero de 2011

Más allá de la vida (Hereafter, 2010)


Tres historias. La de una mujer superviviente del tsunami que arrasó Indonesia; la de un parasicólogo retirado; y la de un niño que acaba de perder a su hermano gemelo. Aunque no se conocen, todos comparten, de algún modo, experiencias cercanas a la muerte. Y todos ellos están destinados a cruzar sus caminos para hallar un significado a sus vidas.

A sus ochenta años, Clint Eastwood ha hecho una película para exteriorizar lo que, probablemente, debaten en su cabeza la mayoría de los que lleguen a dicha edad. Podría decirse que se ha sacado de la manga un ejemplar debate interior sobre la fragilidad de esta, nuestra vida, y que lo ha contado a través de la cámara y unos intérpretes. Y es que, sirva de anticipo para los posibles espectadores despistados, Más allá de la vida no es una película de intriga, ni un thriller, ni mucho menos contiene elementos terroríficos relacionados con el mundo paranormal. A decir verdad, las connotaciones sobrenaturales son pequeñas excusas para dar paso a lo que verdaderamente le interesa a Eastwood: contarnos, a partir de unas vivencias más o menos cotidianas, el devenir del ser humano en su camino hacia la irremediable muerte. ¿Qué hay después?, ¿por qué suceden ciertas cosas durante nuestra vida?, ¿casualidades o marcas del destino?

Mal acostumbrados estamos a que el bueno de Clint nos regale obras maestras o, cuanto menos, obras notables. Lo digo porque, a veces, y el ejemplo podría ser su propuesta del año pasado, Invictus, las expectativas que creamos en torno a su trabajo son injustamente elevadas. Cuando la película no cubre esas expectativas tan elevadas se suele utilizar aquello de “es un Eastwood menor”. No quiere decir que estemos ante algo malo, aunque para muchos puede que sí se trate de una decepción. Algo parecido está sucediendo con Más allá de la vida. Pero, incluso siendo otro de esos Eastwood menores, tenemos cine de sobra a lo largo de dos horas.

Igualmente, hay que dejar de lado ideas preconcebidas en cuanto al tono que tendrá el filme. Aquí no hay un in crescendo vertiginoso, sino todo lo contrario. La película arranca con una espectacular set piece: uno de los personajes, el interpretado por Cécile de France, sufre en sus propias carnes el tsunami que a finales de 2004 causó miles de victimas. Eastwood filma esta secuencia con un pulso y elegancia que harían palidecer a artesanos del blockbuster trash como Roland Emmerich. Aparte, no se regodea en ella para crear comentarios a posteriori, sino que la utiliza como coherente introducción para dar, llegados al desenlace, un sentido metafórico optimo.

Las otras dos historias, la del parapsicólogo y la del niño que ha perdido a su hermano gemelo, son, sin embargo, las más interesantes. Matt Damon está esplendido interpretando al primero (ver las diferentes escenas en las que realiza “lecturas” a otros personajes), al igual que una sorprendente Bryce Dallas Howard en un agradecido rol secundario. En cuanto a los niños, Frankie y George McLaren (si os digo la verdad, no sé cual de los dos es el gemelo “vivo” y cual el “muerto” durante la película, pero tengo entendido que se alternan), cumplen sobradamente. Digamos que, en general, y es algo común en los trabajos de su director, toda interpretación raya a buen nivel.

En el caso del guión, firmado por el reputado Peter Morgan, habría que destacar el curioso anti-crescendo comentado anteriormente. Casi, convierte Más allá de la vida en algo anárquico en los tiempos que corren. Sumándose a la pausada y clásica dirección de Eastwood, la trama avanza sin puntos elevados, pero tampoco altibajos. Se traza una línea en la que, a modo coral, los personajes entran y salen de escena sin hacer ruido, pero, aún así, dejando un poso que responde a cada momento: amargo u optimista. Más bien lo segundo, pues a fin de cuentas, estamos ante una oda a la vida, que no a la muerte. No obstante, hay que reconocer que peca de alargar ciertas situaciones, o de dilatar excesivamente el tempo dramático. Tal vez así sea la vida misma, pero en la butaca de una sala dicha levedad puede llegar a ser cansina. Afortunadamente, el conjunto se valora por encima.

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