Que Shyamalan estaba perdiendo el rumbo era algo que se veía venir desde La joven del agua (Lady in the Water, 2006). Aquella y, sobretodo, El incidente (The Happening, 2008), evidenciaban el desgaste del que, hasta ese momento, era uno de los autores más personales e interesantes del cine comercial moderno. La taquilla de ambas tampoco ayudó, por lo que el director de origen hindú decidió dar un vuelco a su carrera y pasarse al cine de aventuras familiar. Para ello, se asoció con la cadena televisiva Nickelodeon, dispuesto a adaptar a la gran pantalla una de sus series animadas de culto y gran éxito: Avatar, la leyenda de Aaang (Avatar: The Last Airbender, 2005-2008). Su búsqueda de nuevo público no parece haber sido del agrado de la crítica (un 92% de valoraciones negativas según Rottentomatoes) ni de los espectadores (4,3 de media en IMDB o 4,7 en Filmaffinity). Pese a los malos augurios, tenía esperanza en que los prejuicios de muchos sobre el director hubiesen hecho acto de presencia más de la cuenta, y que Airbender, el último guerrero fuese, al menos, una película entretenida y correctamente realizada. Pero no ha podido ser.
Involucionando
Cuando Shyamalan estrenó la magnifica El sexto sentido (The Six Thense, 1999) todo parecía indicar que se trataba de un nuevo “Rey Midas” del cine comercial. Algo así como un Spielberg en proyecto. En aquella historia de fantasmas se notaba un gusto por el detalle exquisito, dominio de los planos, del tempo narrativo, dirección de actores cuidada al milímetro. Sin necesidad de escapar de lo mainstream, su visión del cine, y del género de terror en particular, encajaba con la de un autor perfeccionista e intimo. Despues de aquella realizó su obra maestra, El protegido (Unbrekeable, 2000) y sorprendió de nuevo ofreciendo una historia sobre superhéroes en el mundo real muy arriesgada. El éxito se mantuvo de su lado, al igual que con sus dos siguientes propuestas, las notables Señales (Signs, 2002) y El bosque (The Village, 2004). No obstante, aunque las cifras en taquilla fuesen elevadas, no eran en ningún caso películas accesibles a la mayoría de espectadores. Su particular universo y forma de comprender los temas a tratar se dio de bruces con ciertos sectores de crítica y público. Las anteriormente citadas (y mucho más flojas) La joven del agua y El incidente fueron la excusa perfecta para hacer crecer la indiferencia / odio por Shyamalan en los que ya no estaban muy convencidos, y a su vez perder algunos adeptos. Tal vez por todo esto aceptó su primer encargo (pese a que vuelve a escribir el guión) con la adaptación de Avatar, la leyenda de Aaang.
Algo huele mal en las naciones
No puedo hacer comparaciones con la serie, pues, aunque la tengo en la lista de visionados pendientes, aún no he podido comprobar sus excelencias. Por lo tanto, tampoco sé si este Airbender es una adaptación fiel a su original, cosa que dudo en gran medida. Para los que anden tan perdidos como yo, aquí va un poco de la trama. La cosa, básicamente, es que el mundo está dividido en cuatro naciones: Aire, Agua, Tierra y Fuego. Un niño llamado Aang viene a ser el Avatar, que es una especie de guerrero entrenado para dominar todos los elementos. Por otro lado, el joven príncipe de la nación del fuego desea por todos los medios “cazar” al Avatar. Pero el chaval no es malo del todo, sino que su padre, el mandamás de la nación, tiene planes de conquista sobre las otras naciones y, por tanto, es mejor quitar del medio al tal Aang, que se ha aliado con el enemigo. Y entre tanto batiburrillo de idas y venidas, surge alguna escena de acción descafeinada, algún romance adolescente y una batallita que, en el trailer, parecía que iba a dar mucho más de sí. Cierto es que es un producto diseñado, sobretodo, para los más pequeños. Pero no por ello hay que dejar de exigir un mínimo de ganas en sus responsables.
Lo primero que percibimos en Airbender es que su director parece haber desaparecido. Pese a que la fotografía es sensacional, al igual que la banda sonora del habitual James Newton Howard, los planos ya no tienen el mismo interés, la misma vida. A la media hora todo huele a prefabricado, a estar dirigido sin ganas y lo más rápido posible para estrenar en salas. La dirección de actores infantiles, algo que hasta ahora se le había dado de maravilla (sacar a un niño una buena interpretación, y además hacer que no resulte repelente, es motivo de aplauso) aquí se ha descuidado por completo. Todos y cada uno de los interpretes pequeños o adolescentes están horriblemente sobreactuados (mención especial al, se suponía, prometedor Dev Patel). El guión, punto de fuerte en sus primeras películas, brilla por su ausencia. No hay sentido de la narración ni del ritmo, por lo que gran parte del metraje se siente aburrido y, al menos en lo que a mí respecta, no fui capaz de entrar en la trama en sus noventa minutos. Como único aliciente, además de la fotografía o la banda sonora, tenemos unos efectos especiales que cumplen sin estridencias, aunque Shyamalan es más un director de sugerencias y suspense, que de espectáculo y acción. Y se nota. Esperemos que con su nueva película como director, que parece le devolverá a lo que mejor saber hacer, así como su historia para la prometedora Devil, aquel cineasta de los comienzos vuelva a recibir los halagos que se merece. Hasta entonces, nos quedamos con la decepción.
Valoración (0 a 5): 1,5
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