jueves, 13 de enero de 2011

Altitude (2010)


Un grupo de amigos se reúne para hacer un viaje en avioneta. Una vez circulando por las alturas, la tranquilidad queda truncada cuando, de pronto, el cielo oscurece y comienza un nuevo rumbo a lo desconocido. Con el combustible bajo mínimos y sin poder comprender lo que sucede, la cosa se complicará todavía más cuando un gigantesco monstruo haga acto de presencia.

Recuerdo, valga la rima, aquella sensación de inmersión que sentía de niño cuando, delante del televisor y con las luces de la habitación apagadas, me disponía a ver series como En los límites de la realidad (Twilight Zone, 1959-1964) o Cuentos asombrosos (Amazing Histories, 1985-1987). La magia, unas veces malévola y otras inofensiva, que desprendían sus imágenes, sus bandas sonoras, sus carismáticos interpretes o en ocasiones sus moralejas sociales eran platos fuertes de una parrilla televisiva que, desgraciadamente, hoy en día se ha convertido en lo más parecido a un montón de excrementos apilados.

No es que me haya dado la vena nostálgica; pero viendo Altitude me vinieron a la mente esas imágenes. Con esto, aunque adelante mucho los acontecimientos, no pretendo decir que estemos ante una gran película. Lo que sí tengo claro es que su director, Kaare Andrews, cortometrajista y reputado escritor y dibujante de cómics, que ahora se inicia en el largo, es fan de aquellas series y de niño tenía las mismas sensaciones al sentarse frente a la pequeña pantalla. O puede que sea su guionista, un tal Paul A. Birkett, quien fuese fan de una de las mejores porciones televisivas de la historia (he dicho); aquel episodio de En los limites de la realidad en el que un hombre con pánico a volar contemplaba histérico como un pequeño monstruo, situado en un ala del avión en el que viaja, amenaza con derribarlo.

Con esas influencias y con alguna más a los textos de Lovecraft, cualquiera estaría dispuesto a crearse altas expectativas. Pero, amigos, no vayamos tan deprisa. Como dije, no es una gran película. Catalogarla como buena o mala depende un poco de la predisposición de cada uno; está claro que Andrews no ha conseguido plasmar al cien por cien, puede que ni al cincuenta por cien, la magia de la fantasía y la ciencia ficción añeja, ni tampoco el alucinante universo de Lovecraft, con el que juega sobretodo a través de la presencia, muy efectiva en los (pocos) minutos que le dan cancha, de un monstruo de grandes tentáculos que convive con los protagonistas en una especie de dimensión paralela; o esos apuntes de cómic-realidad con homenaje incluido a los Vault of Horror.

Altitude resulta entretenida y decente en todo momento. Sorprende que sus jóvenes y guapos protagonistas no lo hagan nada mal, y nos consigan involucrar en los acontecimientos. Sorprende también la cuidada atmosfera de pesadilla y, en general, la factura que desprende un producto que ha sido creado para la distribución en video. Por tanto, la cosa no anda mal; el problema llega si dejamos de ser conscientes de que estamos en el 2011 (desgraciadamente, hay cosas que ya no se hacen y puede que no se hagan nunca más) y esto, en realidad, no es más que un nuevo producto para adolescentes. Aunque ojo, en varios apartados se encuentra por encima de la media de los productos que les suelen destinar.

La trama se digiere sin problema. No hay momentos de entusiasmo, pero tampoco bajones de interés. En varias ocasiones es mejor poner la mente en blanco y dejarse llevar. Básicamente, entrar en un juego onírico que termina por escapar de cualquier lógica narrativa, hasta llevarnos a un clímax final que trae consigo varios “finales sorpresa” que no resultan dañinos, pero tampoco sorprendentes. Y a fin de cuentas eso es Altitude, una fantasía teenager de consumo rápido y sin efectos secundarios, que demuestra una vez más como el mercado domestico, sin necesidad de causar estragos, puede ofrecer simpáticas propuestas bien realizadas y con unos medios más que aceptables.

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