domingo, 26 de diciembre de 2010

¿Quién puede matar a un niño? (1976)


Una pareja de turistas ingleses disfrutan de sus vacaciones en un pueblo español. Allí, deciden alquilar una barca para alejarse del ruido de las fiestas y descansar en una apartada isla con pocos habitantes. Al llegar le reciben unos cuantos niños que juegan en el  muelle. No encuentran a ninguna persona adulta, y las tiendas y bares están sin atención. El extraño comportamiento de los niños de la zona anuncia, poco a poco, la inesperada realidad que respiran sus calles; los niños, de algún modo, se han convertido en crueles homicidas con el único propósito de deshacerse de todos los adultos.

Hablar de cine de terror en España, al menos de cine actual, es casi una utopia. Cierto es que, esporádicamente, aparecen cosas interesante, y también aparecen otras tantas que pasan con más pena que gloria. De todos modos, aún contando la morralla, salen al año muy poca producciones que podamos adjuntar al género. Una sequía que fue incluso más habitual durante los noventa. Años atrás, en los setenta y parte de los ochenta, sí hubo cierta industria de este tipo de cine de producción nacional. Uno de los cineastas imprescindibles, por no decir uno de los pocos destacables, fue Narciso (también conocido como Chicho) Ibáñez Serrador. Este señor, que posteriormente se decantó por televisión rancia variada, estuvo detrás de la mítica serie Historias para no dormir (1964-1982), así como de dos de las películas más exitosas del cine patrio; La residencia (1969) y la que nos ocupa, ¿Quién puede matar a un niño?, adaptación de la novela El juego de los niños, escrita por Juan José Plans.
Nunca he sido defensor de La residencia. Me provocaba antes, y me sigue provocando, la sensación que obtengo al ver películas (eso si, inferiores) como El orfanato (2007); historias de intriga más que de terror, muy bien empaquetadas, clásicas, pero que no me terminan de llenar. Me dejan una molesta sensación de vacío. Eso no ocurrió, ni ocurre, con ¿Quién puede matar a un niño? Es más, la primera vez que me puse delante del televisor para verla tuve las mismas sensaciones de que habia experimentado recientemente con obras maestras como El exorcista (The Exorcist, 1973) o Alien: El octavo pasajero (Alien, 1979) y su secuela, Aliens: El regreso (Aliens, 1986). Por aquel entonces, siendo aún adolescente, descubrí la que hoy en día sigue pareciéndome la mejor película de terror española de la historia.

¿Quién puede matar a un niño?, podría definirse como una versión hard de los mejores episodios de Historias para no dormir; por ejemplo, el de El televisor (1974), aquel en el que un esplendido Narciso Ibáñez Menta, padre del propio Chicho y protagonista de muchos de los episodios, interpretaba a un hombre obsesionado con la, por aquel entonces, nueva moda de la televisión. Esas historias tétricas, adictivas y con moraleja social, son también el epicentro tanto de La residencia como, sobretodo, de ¿Quién puede matar a un niño? Ya durante el largo y malsano prologo, en el que acontecen imágenes reales de guerras y catástrofes mundiales en la que los niños son los sufridos protagonistas, nos avisan de la intención del relato. Lo que el espectador virgen no espera es el devenir del mismo.

La pareja de ingleses, bien interpretada por los televisivos Lewis Fiander y Prunella Ransome, es el contrapunto perfecto dentro de una tierra que no es la propia, a la hora de enfrentarse a una amenaza totalmente inesperada. La creciente soledad de la sociedad moderna –algo de lo que Chicho también habló en su serie, sobretodo en aquel genial episodio titulado El asfalto (1966)- queda impuesta aquí en el contraste entre el mundanal ruido de las fiestas del pueblo playero y el posterior viaje a la isla en la que los niños silenciosos han tomado el control. No hay adultos con los que hablar, debatir lo que sucede, y un simple capricho como comprar un helado se vuelve un imposible. Gran parte de la película se desarrolla en el pueblo isleño, aumentando la tensión por lo que allí sucede. Solo hay que recordar lo que rezaba la publicidad de Alien; “En el espacio nadie puede oír tus gritos”; algo parecido a lo que sucede en tal lugar, con la mayor impotencia de no estar en el espacio exterior, sino rodeado de gente que, de pronto, a desaparecido del mapa o se ha quedado varios kilómetros atrás en la costa disfrutando del sol.

El que esta película siga funcionando hoy en día, sin perder contundencia y desafío para el espectador, es debido al inteligente y desprejuiciado empleo de la violencia realista por parte del director; no se corta en mostrar temas tabúes (más en aquella época) como disparos a bocajarro con los niños como destino de la bala, o a los propios niños usando esas y otras armas intentando asesinar a los protagonistas. Por no citar la imborrable escena de la piñata o el tenso clímax final en el que Chicho se guarda alguna que otra referencia a La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968). Nada es gratuito ni morboso, sino que sirve para enlazar con el mensaje del citado prologo. A modo de cuento macabro, los niños, victimas potenciales de los males del mundo adulto, han decidido llevar hasta el final su venganza. Aquí podemos encontrar, aunque con contexto y motivos diferentes, referencias obvias a El pueblo de los malditos (Village of the Dammed, 1960).

Aclarar que existen dos versiones de la película; una de ellas, la buena, mantiene la versión original subtitulada, con la pareja de ingleses actuando en su propio idioma, mientras que en la otra, algo cutre, el doblaje deja sin coherencia parte del relato en el cual los protagonistas deben charlar con habitantes del pueblo español. O, sin ir más lejos, resta coherencia a las conversaciones entre ellos mismos y sus gestos (los de la mujer, pues él se supone que entiende algo de castellano) quedan fuera de contexto. Tampoco es muy esperanzador que, a fecha de hoy, un clásico del cine español no tenga una edición, ni siquiera en DVD, que valga la pena. La última, que supongo estará descatalogada, data de hace bastantes años y su calidad de formato, imagen y sonido dejaba mucho que desear. Esperemos que a alguien le aparezca el dibujo de la bombilla y la repesquen en una buena edición para el disfrute y/o descubrimiento por parte de muchos aficionados.

1 comentario:

Valdemar Daninsky dijo...

Es de esas películas que no se olvidan fácilmente. Está llena de referencias, empezando por la música, que recuerda a la de "La semilla del diablo", siguiendo por las similitudes con "Los pájaros" (Hay muchos niños que son pájaros de cuenta, desde luego.)y acabando como "La noche de los muertos vivientes" o como "No profanar el sueño de los muertos". Pero sobre todo esa playa, ese cielo y ese mar que parecen la antesala del Paraíso y resultan ser el mismísimo infierno. (La escena de los niños que están desnudando a una mujer muerta en la iglesia tiene un toque satánico muy inquietante.)
Y qué decir de cuando la niña Lourdes acaricia sonriendo el vientre de la protagonista: cuánta ternura inspira. Y es que, como dicen al final, no es más que un juego.