viernes, 29 de octubre de 2010

Buried (Enterrado, 2010)



Paul Conrroy, ciudadano americano, de profesión transportista, se encontraba en Irak transportando ciertos materiales. Recuerda que hubo disparos, que algunos de sus compañeros murieron, y acto seguido su fatal situación; está encerrado en un ataúd bajo tierra. Dispone de un mechero y de un móvil para buscar la forma de salir.

Rodrigo Cortés ya apuntaba manera cuando dirigió la correcta Concursante (2007). El guión, también escrito por él, pecaba de tener ciertas irregularidades en el ritmo, pero su impecable puesta en escena y gran dirección de actores conseguían tapar esos huecos para hacerla llamativa. Para, al fin de cuentas, seguir la pista de este joven cineasta. Han pasado tres años y Cortés regresa, por todo lo alto, con Buried. Lo curioso es que ambas son, en lo superficial, todo lo contrario, pero si leemos bien, muy similares en el fondo. En ambas hay un personaje principal omnipresente, más aún en la que nos ocupa, que vive una pesadilla, una encerrona, en la que se juntan los males de nuestra sociedad moderna. Unos males que nos hacen creer que estamos en una era de sobreinformación, de medios, de estadísticas, de fácil contacto con otras personas, y sin embargo cada vez estamos más solos y desatendidos. Ambas son thrillers de género envueltos en (buen) cine social. Un cine social que, sin entrar en terrenos mainstream, es mucho más interesante (y entretenido) que las basuras siempre sobrevaloradas de otros directores de renombre en círculos cinéfilos.

La pesadilla del “enterrado vivo” ha sido tratada en otras ocasiones, primero por la literatura y después por el cine. Richard Matheson o Edgar Allan Poe cultivaron dicha temática en alguno de sus relatos, traspasados al cine y la televisión en buenas obras como La caída de la casa Usher (House of Usher, 1960) o varios episodios de la serie Historias para no dormir (1964-1982). También en televisión, Quentin Tarantino dirigió para la serie CSI: Las Vegas, el último episodio de la tercera temporada, que basaba gran parte de su trama en un hombre enterrado vivo.

Lo que Cortés ha llevado a cabo en Buried va más allá de los ejemplos aquí expuestos. No solo porque, al menos bajo mi punto de vista, se trata de la mejor y más estimulante aproximación al tema, sino porque habla de ello de forma explicita, arriesgada, sin concesión alguna. Es una propuesta minimalista llevada a las últimas consecuencias. Durante noventa minutos nos enfrentamos, sin posibilidad de evasión, a la misma pesadilla que el protagonista. No existen otros rostros, ni otros lugares, que de vez en cuando nos alejen, aunque sea por unos minutos, de la tensión y claustrofobia de la caja de madera. El particular ataúd en el que se encuentra Paul Conrroy será nuestro alojamiento, y él nuestro compañero de viaje a lo largo del relato.

Y ahora habría que preguntarse, ¿cómo narices han conseguido que esto funcione y sea entretenido en todo momento? Pues bien, hay tres claves.

1. Chris Sparling, guión: Siempre absorbente, creíble. Consigue crear una montaña rusa en un espacio único y cerrado. Lo consigue a través de las sensaciones. Si somos capaces de entrar en la trama desde el primer minuto, experimentamos tristeza, esperanza, decepción, angustia, claustrofobia, alegría, de nuevo tristeza, luego emoción, y así sucesivamente. Cortés ha escrito un libreto prácticamente redondo, en el que no sobra ni falta nada.

2. Rodrigo Cortés, dirección: Ha sido capaz de crear algo parecido a una película de acción encerrándonos en cuatro estrechas paredes y sin a penas iluminación y con un solo personaje. Su cámara nunca es aburrida ni monótona. Se esconde en lugares recónditos, se aleja valiéndose de validas trampas de situación, siempre se encuentra en el lugar clave. Es un personaje más en la historia. Básicamente, es lo que nos hace a nosotros ser uno más dentro de ella, y tengamos sensación de movimiento. Incrementa el ritmo sin necesidad de sacarnos de la caja ni echar mano de efectismos.

3. Ryal Reynolds, actor: Muchos pensaban que este actor, casi siempre embutido en comedias o papeles cómicos de dudosa calidad, no daría el tipo interpretativo para un reto de este calibre. Nada más lejos de la realidad. Reynolds se come la pantalla. Gracias a él todo termina por funcionar, pues sin un actor que nos hiciese sentir, comprometernos con él, con su situación, los dos puntos anteriores hubiesen quedado en ejercicio fallido. Pero el tipo lo borda; nos hace elevarnos del asiento, soltar alguna lagrimilla e intentar llevar una mano hasta él para darle animo en los peores momentos.

Puede que no todos conecten con la propuesta. Pero, para los que conectemos con ella, os aseguro que Buried os ofrecerá algunos de los minutos más estimulantes de este 2010.

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