jueves, 5 de agosto de 2010

Ráfagas de calidad en el terror adolescente moderno: Destino final


Cuando, en 1997, Scream, vigila quien llama (Scream) entró en escena, se produjo una nueva edad de oro (al menos en cuanto a cantidad de estrenos y recaudaciones) en lo que se define como terror adolescente. Había pasado más de una década desde que el subgénero slasher dejase de tener tirón en las pantallas, y el género de terror vivía en unos años noventa bastante pobres de material. El gran e inesperado éxito de aquella pequeña película de Wes Craven provocó que en Hollywood (y fuera de él) se interesasen de nuevo por sacar productos similares a mansalva. Y, como suele ocurrir, la mayoría de una calidad muy inferior a la deseable. De entre la morralla surgieron algunas cosas interesantes, y Destino final (Final Destination, 2000) destacó sobre todas ellas en lo referente al cine más mainstream. El principal aliciente cabe encontrarlo en lo, en cierto modo, original de la propuesta. Sin dejar de ser un slasher como cualquier otro, variaba en cuanto a la exposición del villano. No se trataba esta vez de otro psicópata con mascara, ni las victimas caían a cuenta de su cuchillo, sierra o bate de béisbol. Lo que acechaba a los protagonistas era la misma muerte. Pero tampoco se trataba de la muerte con la hoz, ni de un elemento visible, sino de una energía invisible que preparaba sus crímenes de las formas más rocambolescas. Destino final, la saga, se contempla como una franquicia de formula. Esto es, la misma estructura que funcionó en la primera, sirve para todas las demás cambiando los personajes y la forma de morir de los mismos. Y con esta formula tan conservadora pero innegablemente entretenida y eficaz, la saga ha llegado a los diez años de vida en plena forma comercial: entre las cuatro películas estrenadas hasta la fecha han recaudado, en todo el mundo, 502 millones de dólares, con unos presupuestos que, sumados, no llegan a los 100 millones. Lo que la convierte, por detrás de Saw (2003-¿?) y la citada Scream (1997-¿?) en la saga de terror moderno más exitosa.


El principal valor de la saga son sus escenas iniciales. Son lo que más esperan los espectadores a la hora de sentarse a la butaca, y la principal clave de su citada formula. Se trata de set pieces realmente efectivas, bien montadas y mejor realizadas. Llenas de tensión y que han ganado en espectáculo (y ruido) a cada película. En Destino final dicha escena de introducción se centra en un avión. Los protagonistas, un grupo de chavales de instituto que van a hacer un viaje a Paris. Uno de ellos tiene una fatídica visión sobre algo que ocurrirá si no se bajan del avión. Habrá problemas técnicos, se partirá la parte trasera, se llenará de fuego y todos morirán a penas hayan volando más allá del aeropuerto. Obviamente, creen que es una pesadilla que ha tenido, debido al miedo a volar. Aún así, alguno le cree, y otros son sacados del avión por entrar en pelea. Minutos después, y tal como sucedía en la premonición, el avión explota en el aire. Los supervivientes creen que han vuelvo a nacer, pero la muerte no dejará que escapen de su plan e irán cayendo uno a uno en el orden que deberían haber muerto en el accidente. En líneas generales, esta primera entrega es posiblemente la mejor de las cuatro. Primero, porque fue la que comenzó con la formula, y después las otras solo la explotaron con el típico in crescendo en gore y situaciones pilladas por los pelos. Pero sobretodo porque llegó en un momento en el que hacia falta una idea fresca, visualmente atractiva y que se alejase de los patrones formales impuestos en el slasher juvenil desde los tiempos de La noche de Halloween (Halloween, 1978), a excepción, si cabe, del psicópata de los sueños, Freddy Krueger, en Pesadilla en Elm Street (Nightmare on Elm Street, 1984).


Gracias a su buena recepción, no tardó en llegar Destino final 2 (Final Destination 2, 2002), que cambió al director de la primera, James Wong, por David R. Ellis. Básicamente, Ellis copió el estilo visual y la estructura para añadir más truculencia y muertes retorcidas. Y el tiro le salió bien. Esta secuela es un divertimento tan cafre e intrascendente que se recuerda con simpatía. La secuencia inicial no desmerece de la del avión. Esta vez se centra en un accidente en carretera en el que no faltan explosiones, miembros cercenados, cabezas aplastadas y más explosiones. No tiene tanta tensión, pero merece la pena por su detallado espectáculo rodado con pulso. Lo que sigue, pues lo que ya esperamos: los supervivientes son una vez más acechados por la muerte. No obstante, se incluye alguna variación en plan chorra para meter giros finales y demás. Un poco por debajo del nivel de la anterior, pero aún así muy divertida y recomendable. El mismo camino que siguió la tercera, para que volviera James Wong. Destino final 3 (Final Destination, 2006) se sacó de la manga la que puede ser la mejor escena de introducción de la saga. Esta vez fueron capaces de sumar la tensión y el suspense con el gran y ruidoso espectáculo. El resultado, un terrorífico viaje montado en una gigantesca montaña rusa de parque de atracciones (el Roller Coaster) que, de haber sido estrenado como manda ahora la moda, en 3d, hubiera sido una de esas experiencias inolvidables en un cine. Luego, pues más de lo mismo. Efectivo y entretenido, sin más. Con esta tercera entrega se notaba cierto desgaste de ideas, por lo que, para la siguiente, había que echar mano de alguna novedad “importante”. La novedad fue, ni más ni menos, el 3d.


El destino final (The Final Destination, 2009), en la que Ellis tomó el relevo de nuevo, contó con un presupuesto de 40 millones de dólares, el doble de lo acostumbrado, y pese a ser la peor de las cuatro, se hizo con un sorprendente éxito comercial amasando en todo el mundo 183 millones, debidos en parte al aumento del precio de las entradas para ver en 3d. El comienzo tiene lugar en una carrera de coches, en la que todo se desmorona y hay muertes por doquier de muchas formas posibles. Sería menos impactante que el de las anteriores de no ser, precisamente, por el agradecido uso de las gafas. Al igual que otras propuestas de terror en 3d, más bien maluchas, como San Valentín sangriento (My Bloody Valentine, 2009), dicha tecnología es el único aliciente para no sentirse decepcionados con esta cuarta entrega. Algunas muertes ganan efectividad gracias a él, pero las interpretaciones (completamente horribles) y la sensación de estar realizada a toda prisa, impregnan el resultado final. No obstante, si desconectamos las neuronas al completo, llamamos a unos colegas de sentimiento cinéfago y compramos varias cantidades de alcohol, puede convertirse en la peli más peli-birrera de la franquicia. Así, su valoración depende, supongo, del momento y situación en que la veas. Pero mala es. Destino final aún no ha terminado su vida en las salas. La muerte tiene preparadas más trampas para sus jóvenes victimas mientras que las entradas se vendan como rosquillas. Así que, para el año que viene ya se está preparando, también en 3d, la quinta entrega, que estará dirigida por un amigo y colaborador de James Cameron. Su nombre, Steven Quale.

Dejo aquí abajo un video encontrado por Youtube que recopila todas (o casi todas) las muertes de la franquicia. Algunas salen enteras y otras solo pequeños trozos. Así que, es obvio que este video es un SPOILER como una casa. Quien aún no haya visto las películas, o alguna de ellas, que pase del video a no ser que le guste perder la sorpresa. Para los demás, pues disfrutar de nuevo con algunas de las mejores muertes del terror adolescente de los últimos años.

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