Seguro que más de uno hemos deseado alguna vez que la tierra se trague a los paparazzis y demás gentuza sobrante de la prensa del corazón. Al menos, que engrosen en las listas del paro y dejen de joder al personal. Porque, no nos equivoquemos, aunque en España tengamos muchos famosetes que vivan del cuento gracias a esta escoria, también hay mucha gente famosa que no quiere ni necesita nada de ellos. Sin embargo, por algún vacío legal, o varios, hacen lo que les place y resultan intocables. Luego, millones de personas complementan sus vidas vacías viendo esos programas y leyendo esas revistas, en las que el tema más interesante es ver si el famoso de turno se ha echado una amante, o si su mujer ha salido en la playa sin la parte de arriba. Debe ser que Mel Gibson no traga a estos personajes, por lo que se decidió a producir este particular capricho llamado Paparazzi. La historia es la de un tipo que se hace famoso al encarnar al nuevo héroe de acción cinematográfico. Su recién estrenada fama le trae alegrías, pero también unas penas que no se ha buscado: los paparazzis. Estos parásitos, dispuestos a todo por conseguir una foto y, de paso, trastocar la información e inventar morbosas mentiras, comienzan un acoso exagerado contra el actor y su familia, hasta el punto de provocar un accidente del que su hijo queda en coma. Ante tal situación, la respuesta será la venganza.
El guión de Paparazzi no pretende innovar ni ser una apuesta realista. Podemos entender la película como un tirón de orejas, a su modo, de algunos actores (tenemos cameos cómplices de Vince Vaughn, Chris Rock, Mathew Mconauguey o el propio Mel Gibson) para con esa lacra. Una crítica transformada en vehículo de acción justiciera que, si bien es cierto que se pone muy radical con el perfil de los “fotógrafos”, consigue con ello crear simpatía hacia el personaje principal y lo que se propone hacer. Personalmente, a mi no me hace falta que exagere caracteres para tener una excusa en la venganza. Esto es ficción, y como tal, Paparazzi muestra lo que nos gusta ver en este tipo de cine. El protagonista, interpretado correctamente por Cole Hauser, actúa sin piedad, sin remordimientos. Sabe que no esta mal lo que hace, pues los malos se lo merecen. Es la idea básica que tiene que transmitir toda película de justicieros directa que se precie. Lo malo es que es una producción PG13, por lo que la violencia queda reducida respecto a otras duras visiones del heroe urbano.
No hay que buscar mucho más allá, ni tomársela estrictamente en serio. Es un divertimento eficaz, realizado con presupuesto ajustado (se nota su función de serie B de video club, pese a ser estrenada en cines) y dirigido de forma funcional y sin personalidad por el televisivo Paul Abascal, un tipo que, no obstante, tiene larga carrera en el departamento de maquillaje de películas como Arma letal (Letal Weapon, 1987), La jungla de cristal (Die Hard, 1988) o El ultimo Boy Scout (The Last Boy Scout, 1991). Sube puntos su reparto, con secundarios de carácter como Tom Sizemore, Dennis Farina o un Daniel Baldwin con un aspecto deplorable, no muy diferente de su situación real. Y, como diría un cerdito, eso es todo amigos. Para los que disfrutamos de este tipo de películas sin crearnos debates morales ni progresistas, Paparazzi supone un producto aceptable aunque algo descafeinado en los momentos que necesita ser más potente. A pesar de ello, muy entretenida.
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