jueves, 17 de junio de 2010

El retrato de Dorian Gray (Dorian Gray, 2009)


En 1890, Oscar Wilde publicó su novela El retrato de Dorian Gray. Esa primera versión tuvo modificaciones, de la pluma del propio Wilde, en años posteriores. En cualquier caso, la obra causó gran controversia en su día, y se puede considerar la última obra clásica del terror gótico. Tal éxito ha sido llevado al cine unas cuantas veces, oficialmente, y otras tantas partiendo de ella indirectamente. Lo que no se había hecho demasiado era adaptarla con la mirada puesta en el público adolescente. Más concretamente, en el publico adolescente moderno (que no es el mismo que el de hace varias décadas). Como algunos han definido, un Dorian Gray para los fans de la saga Crepúsculo (The Twilight Saga, 2008-¿?). Hombre, aunque en la nueva El retrato de Dorian Gray todo sea más o menos soft, si que hay alguna escena sangrienta, varias de sexo (incluidas una menor y su madre, o algunas orgías) y uso de drogas y/o tabaco (en tiempos tan políticamente correctos es difícil ver a los personajes de un filme comercial “adolescente” fumar cada diez minutos). Elementos que brillan por su ausencia en las blandengues aportaciones fílmicas de los citados vampiros. Pero, al estar dirigida, o eso se pretendían, a un publico masivo, los recortes son obvios y dejan a medias la dureza, morbo e incluso explicitud, que una adaptación de tal obra merece. Además, su estreno en Inglaterra, su país de producción, fue en septiembre del pasado año, y aunque tuvo pase en el festival de Sitges allá por octubre, a las salas comerciales españolas no ha llegado hasta ahora. Y esto, y más aún en época (junio) de acumulación de estrenos de segunda, no augura nada bueno.


La historia, a grandes rasgos, es la misma. Un joven apuesto llamado Dorian Gray es retratado en un cuadro prácticamente perfecto. Dorian se obsesiona con la belleza que refleja, aunque es consciente de que esa belleza de juventud, con los años, terminará. El deseo del joven, como si de un pacto con el diablo se tratase, es no cambiar nunca dicha imagen. Es entonces cuando entra en juego el lado fantástico del relato. Y es que el retrato de Dorian es el que envejece en su lugar. Pero, además de cumplir años, también expresa lo oscuro del alma en contraste con su bello rostro. En el devenir del protagonista tiene mucho que ver el hedonista Lord Henry, con el que entabla una extraña relación de amistad y de ese modo se inicia en los valores de vicio y depravación que parece promover. Los personajes son los mismos (también se desarrolla la relación con la joven Sybil, su suicido y el posterior intento de venganza por parte de su hermano, o con el artista Basil, sin olvidar las connotaciones homosexuales), con alguna excepción y mayor o menos desarrollo de varios.


La dirección fue cedida a Oliver Parker. Error. Aunque ya tiene cierta experiencia en adaptaciones de clásicos, en este caso del teatro – Othelo (1995)- o ha realizado otros productos con la estética “de época”, incluso adaptando a Oscar WildeLa importancia de llamarse Ernesto (The Importance of Being Earnest, 2002)-, ninguno de ellos fue lo suficientemente estimulante como para otorgarle una adaptación tan exigente. Parker no es un gran director de actores. De ahí que en El retrato de Dorian Gray el único que esta realmente bien en su personaje es Colin Firth como Lord Henry, y eso no es merito del director sino de un actor de probada valía. Los demás andan correctos o inevitablemente perdidos, y Ben Barnes se esfuerza por ser un creíble Dorian, aunque le queda grande el papel. El guión, escrito por el debutante Toby Finlay, peca en, precisamente, ser poco cinematográfico. Una cosa es ser fiel en lo posible a una novela, y otra es meter en imagen cosas que podrían ser resumidas o incluso obviadas, pues restan tempo narrativo, pero enfatizar momentos que, contradictoriamente, la destrozan como adaptación. Por esta razón, aunque la primera mitad, sin ser notable tampoco resulta prescindible, a partir de la segunda hasta llegar a los títulos de crédito la trama se hace pesada, menos profunda y trascendente de lo pretendido. Tanto, que el ya conocido final de Dorian se contempla con cierta indiferencia. En lineas generales no es una mala película, al menos no tan mala como parecía. Pero tampoco es buena. Su irregularidad y su falta de verdadera garra convierten este Dorian Gray en un producto con algunas virtudes, aunque fallido.

Valoración (0 a 5): 2



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