viernes, 11 de diciembre de 2009

Albino Farm (2009)

Luego pretenden que no te bajes películas por Internet. Poneros en el siguiente caso. No existen las descargas en la red, sois fans del cine de terror y veis por ahí el dvd de Albino Farm. Pensáis “coño, la carátula tiene buena pinta”. Acto seguido, le dais la vuelta y comprabais que las fotos muestran buenos maquillajes y mucha sangre. “Y además es un survival horror con paletos dementes de esos que tanto me gustan”, os decís a vosotros mismos. Obviamente, esto de Internet no existe, así que la única forma que tenéis de verla es pagar los quince euros que marca la pegatina más abajo. “De acuerdo, me arriesgaré”, ingenuos pregonáis. Llegáis a casa, la ponéis, y hora y media después os miráis al espejo y pensáis “¿Cómo soy tan gilipollas?”. Más o menos es lo que me hubiera pasado si tuviese que pagar por el engendro que nos ocupa. Pero, una vez más, doy las gracias Internet. Y es que para hablar de Albino Farm hace falta que saque a relucir la ley de adjetivos cinéfagos de John Trent. Como sabéis, una película puede ser denominada como mala, y sin embargo ser lo suficientemente entretenida según nuestros gustos y exigencias para resultar valida. Ahora bien, cuando la película alcanza el termino “terrible” es cuando, por muy cinéfago, poco exigente, o completista que uno sea, la posterior diarrea no tendrá remedio.


Estamos ante uno de los más aburridos y mediocres exploits de Las colinas tienen ojos (The Hills Have Eyes, 1977). La primera mitad es simplemente bochornosa. Tenemos a un grupito de cuatro universitarios, formado por un supuesto guaperas que va de gracioso (y no tiene ni puta gracia), otro que no se si va de guaperas pero tiene papada y voz de deficiente, y un par de chicas que, estás si, no están nada mal. Los registros interpretativos de los cuatro no llegan ni al talón a un Dolph Lundgren en sus comienzos. Entran en el saco de “personajes repulsivos que quieres que ejecuten de una jodida vez”. De ahí que la tensión (¿?) que quieren imponer sus responsables la constituya el hecho de que algunos duren hasta el final. Los matarifes de la función son unos deformes (que al menos tienen un maquillaje bastante decente) que viven en la granja del titulo, un lugar de esos con leyenda al que los universitarios acuden para realizar un trabajo mandado por su profesor (¿?). Entre medias tenemos diez minutos, o menos, en los que vemos a Chris Jericho, un famoso luchador de lucha libre cuyo nombre aparece en cartel como protagonista. Y poco más que contar, salvo que los citados efectos de maquillaje se salvan de la quema y hay alguna escena gore muy bien pensada (la costura de brazos).

En resumidas cuentas: Terrible

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