
El banco en el que trabaja Christine tiene la mesa del subdirector a la espera de un ascenso. Ella está entre los principales aspirantes, pero su buen corazón hace que no consiga ser todo lo despiadado que su jefe necesita. La visita de una anciana gitana, que pide una prorroga de su hipoteca para no quedarse en la calle, será su oportunidad para tomar una decisión que, aunque cruel, la llevaría más de cerca del deseado puesto. Pese a sus dudas, decide no aceptar la petición de la anciana, la cual, como venganza, la echa una maldición. A partir de este momento, Christine será perseguida por un demonio cuya intención es llevársela al mismísimo infierno.
Ante todo, debemos ser cautelosos a la hora de valorar una película como Arrástrame al infierno. En el territorio del espectador fan se pueden encontrar dos ramas opuestas, pero igual de propensas al equivoco: los seguidores de su director, Sam Raimi, que buscan en ésta su regreso al terror con unas expectativas desmesuradas, y los que, por el contrario, se dejan llevar por la complicidad de su retorno. De nuevo, ante todo, hay que ser cuidadosos con el material con el que juega Raimi. Ya no es el director independiente que rodaba con colegas y presupuestos ínfimos. Ahora se encuentra en el rollo mainstream, y el presupuesto pasa de unos cuantos miles de dólares a treinta millones. Por tanto, no se puede pedir lo mismo, pues el cine, para el que no lo sepa, además de arte es negocio. Encarar Arrástrame al infierno como una nueva Posesión infernal (Evil Dead, 1978), tan sangrienta, macarra, y rompedora en cuanto a originalidad, es tarea (casi) imposible. Raimi, consciente de ello, y ya sea por divertirse un rato sin complicarse o por la (meritoria) labor de auto homenajearse lo mejor posible sin caer en el esperpento o la prepotencia, ha diseñado un divertimento más soft de lo que algunos esperan, pero también más nostálgico, referencial a su propia obra y con mala leche de lo que podría haber sido.

Recordemos que Sam Rami, icono del cine de terror gracias a una genial trilogía que dio inicio con la citada Posesión infernal, y continuó con Terroríficamente muertos (Evil Dead II, 1984) y El ejército de las tinieblas (Army of Darkness, 1993), siempre se caracterizó en este terreno por su estilo vertiginoso detrás de la cámara. Una especie de anarquismo visual que, sumado a la mala hostia y el humor negro que recorren sus guiones, convirtió su talento en uno de los más perseguidos por la industria en años posteriores. De ahí que tanto Raimi como otro gurú del terror y el gore, Peter Jackson, hayan asaltado dos de los proyectos más entusiastas y megalómanos de las últimas décadas. Después de arrasar en todo el mundo con su, hasta ahora, trilogía de Spider-Man (2001-2006), Raimi necesitaba un descanso, un paréntesis entre tanto blockbuster, y por fin centrarse en lo que muchos le veníamos pidiendo desde hace años.

He leído por ahí ciertos comentarios que tachan de racista la película. Por aquello de que los “malos” no son estadounidenses. Tenemos a la anciana que echa la maldición a la protagonista, que es gitana. El compañero del banco, competencia para ascender al ansiado puesto de subdirector, recae en un asiático, pelota, traicionero y falso. Pero querer ver en esto racismo es del todo absurdo y síntoma de no ver más allá de lo básico. En realidad, en
Arrástrame al infierno, casi todos los personajes son malas personas. La misma protagonista recibe su castigo tras portarse de forma egoísta y trepa con la anciana y negarla el crédito de la hipoteca. Prefiere dejar a una vieja en la calle y quedar bien, tanto con su jefe, un director de banco arrogante, y los padres de su novio, más interesados en la situación económica de ella que en su valor como persona y pareja de su hijo. Es de este modo poco sutil como
Sam Raimi enfoca su crítica hacia la egoísta y avariciosa sociedad actual, una sociedad capitalista que prefiere el papel verde y el bienestar propio, sin pensar en las consecuencias colaterales que ello traerá.

Arrástrame al infierno es, siendo cuidadosos como apunté al principio, una buena película. No es igual, ni mejor, que su trilogía terrorífica. En cambio, si que es mejor, y bastante, que muchas de las películas comerciales del género que se han estrenado en cines desde entonces. Supongo que esto de hacer cine, al igual que montar en bici, no se olvida. Por mucho que echemos de menos más hemoglobina, algo más de gamberrismo y, que coño, un cameo de Bruce Campbell, Arrástrame al infierno sigue siendo Raimi. Citar al respecto tres momentos: el encuentro y posterior lucha en el parking entre la protagonista y la gitana; la visita al cementerio y, sobretodo, la sesión de espiritismo. Es aquí donde el nervio del director se detecta sin problemas. Tenemos fantasmas soltando tacos mientras sus pies se levantan del suelo, litros de pus y otras sustancias poco recomendables yendo a parar a la cara más próxima, sobresaltos cargados de humor negro, y en general un agradecido sabor a cine de los setenta y ochenta. La magnifica banda sonora de Christopher Young, a medio camino entre el terror y la fabula, hace el resto.
No todo son flores en el camino. El guión, firmado por el propio director con la ayuda de su hermano, Ivan Raimi (al que podemos ver interpretando al director del banco), alarga demasiado algunas escenas que, bien planteadas, hubiesen sido redondas (la cena con los suegros, la indecisión ante a quien dar el botón). La utilización de (flojos) efectos especiales creados por ordenador resta efectividad a momentos que deberían causar impacto y/o mayor simpatía (los ojos “saltones”, la cabra siendo poseída durante el ritual). Errores menores a lo largo de cien minutos con más pros que contras, más aciertos que intentos loables. Seguro que Sam Raimi puede currárselo más y ofrecer nuevas obras maestras, aún sin ser original. En este sentido, para algunos (fans con expectativas por las nubes), Arrástrame al infierno podría será un regreso con halo de decepción, pero para los que creemos que no solo de obras maestras o de superarse a si mismo viven el cine y un director, respectivamente, seguro que se trata de una de las propuestas más frescas, hasta cierto punto atrevidas, y coherentes tanto con la evolución de un cineasta como con la de un género, que han llegado a las pantallas en unos cuantos años.
Lo mejor: La acertada cohesión entre el terror y el humor negro, sin que ninguno se sobreponga al otro. De este modo, tenemos una película que inquieta, pero que a la vez se puede tomar a cachondeo sin que se pierda respeto así misma. Los momentos más Raimi son de aplauso, tanto por la buena realización como por la nostalgia que despiertan. Y el desenlace, que no revelaré, la suma un punto más.
Lo peor: Un guión que, pese a tener grandes aciertos, también deviene por momentos en la reiteración. El uso de efectos digitales se antoja fallido, y, algo que para nada esperaba, se recurre demasiado al truco de subir el volumen hasta dejar sordo para producir sobresaltos.
Valoración (0 a 10): 7,5
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