lunes, 20 de diciembre de 2010

Tron: Legacy (2010)


Sam Flynn, un joven experto en tecnología e hijo de Kevin Flynn, investiga la desaparición de su padre y termina metido en el mismo mundo cibernético en el que él ha estado viviendo los últimos veinticinco años. Junto a una leal confidente de su padre, Quorra, padre e hijo se embarcarán en una aventura a vida o muerte dentro del ciber espacio.

Si hoy hiciésemos una encuesta a píe de calle, preguntando por la película Tron (1982), seguro que muchos arquearían la ceja. Ya sean jóvenes que desconocen el cine anterior al siglo XXI, o adultos que la vieron de críos y no son capaces de recordar la experiencia, se trata actualmente de una película de culto para unos pocos. En todo caso, a algunos le sonará por aquel tristemente celebre video del YouTube en el que un personaje, posiblemente virgen, salía disfrazado de plástico y fluorescente. A lo que íbamos; a pesar de que en su momento fue considerada un fiasco comercial en toda regla, algunas de las mentes pensantes de Disney decidieron que era el momento adecuado para una secuela. Así, casi treinta años después, le confiaron doscientos millones de dólares en presupuesto a un joven llamado Joshep Kosinski, que antes había hecho…bueno, no había hecho nada. Parece una locura, ¿verdad?

Una vez vista, efectivamente, la cordura no ha sido su principal aliado; Tron: Legacy supone un suicidio programado tal como lo fue la original en su década. Hombre, no tanto, pero tiene ingredientes similares. La diferencia es que, si bien aquella tuvo el lastre de estar adelantada a su tiempo en conceptos visuales e incluso complejidad narrativa (aunque también pudiera ser confusión narrativa), la segunda entrega es, superficialmente hablando, más accesible a las masas. Los tiempos han cambiado, y lo que en su día, que ahora no es nada del otro mundo, era motivo de asombro, ahora sólo es un avance tecnológico más o una mejora de los ya conocidos. Nada sorprende como hace varias décadas. Los efectos especiales de Tron: Legacy, así como su aspecto visual en general o la concepción del proyecto en particular, es la de un blockbuster un tanto ambiguo, pero blockbuster al fin y al cabo.

Con todo esto lo que quiero decir es que, si aún me planteo a que público quisieron vender el primer Tron, las mismas preguntas me surgieron según veía Legacy. Uno se pregunta si es una película juvenil, familiar o adulta, o si está hecha para frikis nostálgicos o precisamente para todos aquellos que huirían de la opinión de un nostálgico, sea o no friki. Parece que quieren trasladar el universo Tron a las masas actuales, y casi sin pretenderlo se hace presente el espíritu de la anterior. Intentan hacerla más plana y sencillita para ser masticada sin problemas, cuando resulta tanto o más confusa en su narración. Hubo momentos en los que no me quedaba claro que pintaba tal o cual personaje, o porque soltaban determinadas frases híper-trascendentales, del tipo “La perfección no existe, pero siempre la tienes delante de ti” (¡!).

El apartado visual y la banda sonora son los principales aciertos. Lo primero porque, pese a no impresionar como podría esperarse o no suponer, tal como comenté, un avance proporcional tan sorprendente como los que surgían años atrás, consigue momentos de una belleza hipnótica y de un espectáculo muy eficiente. Los primeros veinte minutos después de la entrada del protagonista en el mundo cibernético son sencillamente magníficos; lastima que se conviertan en un arma de doble filo, pues hasta llegados al clímax final, hay pocas situaciones igual de convincentes. La banda sonora, compuesta por el grupo de música electrónica Daft Punk, raya en la maestría. Cada porción de la misma está cuidada al milímetro, pese a que en algunos momentos recuerde demasiado a la también sensacional partitura de Origen (Inception, 2010). No obstante, podría decirse que en el compacto se tratará del mejor, o uno de los mejores, trabajos del grupo.

También destacable es la labor en el reparto de Jeff Bridges, quien ya fuera protagonista de la película original. Su personaje ahora es una especie de Obi Wan Kenobi con ínfulas zen; pero la interpretación del actor es lo suficientemente entregada y creíble para meternos en situación cuando la trama no da para más. Y aquí es donde empiezan los grandes peros; el resto de intérpretes, con excepción de un divertido Michael Sheen en un personaje secundario, no despiertan más que indiferencia, al igual que el guión, escrito por Edward Kitsis y Adam Horowitz. Incluso la versión digitalizada de Bridges, que guarda el aspecto que tenía la estrella cuando hizo la primera entrega, transmite más que el chaval protagonista (Garrett Hedlund) o su improvisada compañera de aventuras (Olivia Wilde).

La irregularidad se apodera de Tron: Legacy. Es capaz de abrirte los ojos como platos y acto seguido producirte somnolencia. El libreto desarrolla la trama en forma de altibajos, como si de una montaña rusa averiada se tratase; nos lleva hasta arriba, y cuando estamos impacientes por lo mejor del tramo, se estropea y da paso a la intrascendencia más absoluta. Aquí entran largas conversaciones completamente vacías y reiterativas o una terrible sensación anticlimática. Son elementos que ocasionalmente salvan las citadas escenas de acción, algún plano del mundo cibernético o cierto sentimiento nostálgico. Pero, aún con eso, y aún con unas tres dimensiones que cumplen pero quedan bastante por debajo de lo visto, por ejemplo, en Avatar (2009), Tron: Legacy deja un amargo sabor a decepción.

No hay comentarios: