lunes, 26 de julio de 2010

Toy Story 3 (2010)


Aún recuerdo cuando, siendo un crío, fui al cine a ver Toy Story (1997). Mi experiencia con aquella magnifica película fue, supongo, la misma que otros niños tuvieron con clásicos animados como Blancanieves y los siete enanitos o Alicia en el país de las maravillas, en sus respectivas décadas. Fue una experiencia no solo por su calidad, sino porque se trataba de la película que dio el salto al cine de animación totalmente generado por ordenador. Aunque ahora se haya convertido en lo más utilizado, esa tecnología, hace trece años, sorprendía. También es cierto que fue la causante de la debacle en la animación tradicional, pero si atendemos a lo que nos han ofrecido desde entonces los genios de Pixar, no podemos quejarnos. Si podríamos, sin embargo, de la mayoría de propuestas que salieron después por parte de la competencia. Y es que Dreamworks o Fox han estirado el invento, cambiando las tramas maduras e inteligentes de Pixar por mediocres juguetes llenos de gags de un humor supuestamente grueso y canciones pop de moda.


La llegada de Toy Story 3, por tanto, es algo que esperábamos muchos aficionados que crecimos con la primera y con la también genial (aunque algo menos) Toy Story 2 (1999). Ha pasado más de una década, y la gente de Pixar se ha ido creciendo en cada proyecto. El listón estaba muy alto para el cierre de la trilogía, que llevaba gestándose, con no pocos problemas, desde hace unos cuantos años. Pero no temáis, porque, cubriéndose de gloria una vez más, lo han vuelto a hacer. Desde los primeros minutos queda claro que algo ha cambiado: el presupuesto. Los 200 millones de dólares con los que ha contado la producción se dejan ver en una animación más detallada, más espectacular. De ahí que el arranque sea una declaración de intenciones por todo lo alto. Se trata de una trepidante (y cómica) set piece de acción, que sirve a la vez como presentación y / o recordatorio al espectador de todos los personajes importantes que ya conocimos en las anteriores.


La historia esta vez, sin prescindir del humor, tiene un halo de “tragedia nostálgica”. Al hacerse mayor el niño que jugaba con ellos, Andy, llega el momento de despedirse de los viejos juguetes. Ya no le hacen falta. Nosotros, como espectadores que hemos visto siempre las películas a través de los ojos de los muñecos, sentimos ese cambio desde un punto de vista más dramático que el propio Andy. Sentimos la despedida de esos personajes con los que crecimos cuando aún teníamos esa ingenuidad de la infancia. Lo que provoca ese drama nostálgico, más allá de la despedida de los personajes, que también, es la despedida que nosotros hicimos de una etapa de nuestras vidas. Cualquiera puede sentirse identificado, unos más otros menos. Y esa sensación es algo que Pixar traspasa a la pantalla como pocos. Rodeándolo de simpáticos momentos cómicos, divertidos homenajes cinéfilos, una banda sonora excelente o un montaje exquisito. Sin olvidarnos de la presentación de una gran cantidad de nuevos personajes (algunos geniales como el oso o el mono vigilante y otros no tanto, como Barbie y Ken, alejados un poco del espíritu general).



Entrar en comparaciones con Toy Story o Toy Story 2 es querer rascar más de la cuenta. Cada una ha sido vista en etapas diferentes, aunque arriesgándome puedo decir que se encuentra a un nivel muy similar al de la primera. Aquí hay, sin embargo, un mayor contraste entre lo maduro y lo infantil. Hay momentos que se respira un cine infantil muy propio de Disney (las apariciones de Barbie y Ken) y otros en los que la trama se torna más oscura de lo esperado (el flash back que nos cuenta el pasado del oso, o el desenlace de una vibrante set piece que tiene lugar en la huida de la guardería). En ese sentido, la veo menos homogénea que las anteriores. La perfecta animación se complementa además con un buen uso de las tres dimensiones (ésta es de las que vale los tres euros más de la entrada), tanto que no me imagino ver según que detalles de la acción y los escenarios concebidos sin el recurso de las gafas. Tecnologías a parte, lo que nos queda después de unos maravillosos noventa minutos, es una sonrisa en la boca tras habernos despedido (muchos seguro con lagrimas en los ojos, así que, si sois propensos a ello llevaros clínex) una vez más de nuestra infancia, de esos tiempos en los que creíamos que los muñecos vivían en las aventuras que creabamos en nuestra mente. Aquellos tiempos, a fin de cuentas, en los que la felicidad era más simple de conseguir.

Valoración (0 a 5): 4

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