Ip Man (de nombre real Yip Man), aunque poco conocido por aquí, es toda una leyenda. Nacido en China en 1893, fue un Maestro del arte marcial Wing Chung, cuyo legado fue exportado posteriormente por todo el mundo a través de sus alumnos. Pero también es conocido por haber sido Maestro del mismísimo Bruce Lee. Poco se sabe de su muerte, pero décadas después su santuario sigue recibiendo centenares de visitas de practicantes de todo el mundo, y es considerado el más influyente Maestro de Wing Chung de la historia. De su persona sale la película que nos ocupa, tomándose unas cuantas licencias argumentales. Ip Man sigue sus pasos siendo ya maduro, centrado en su rol de Maestro durante la ocupación japonesa a China. Debido a la pobreza y a los malos tratos del ejército japonés, se ve obligado a trabajar en condiciones infrahumanas para conseguir comida. Es en ese trabajo donde conoce unos combates que se realizan clandestinamente, en los que llevan a trabajadores chinos a luchar en busca de alimento. Llegados a ese punto, luchará también para mantener el honor de su pueblo. Y son esas peleas, coreografiadas a la perfección, de visión limpia (nada de montajes epilépticos ni trucajes cantosos) las que llevan la película en varias ocasiones a un punto de orgasmo para el aficionado (atención a la pelea contra los diez japoneses).
Encarnando al protagonista tenemos, a su modo, a otra leyenda, Donnie Yen. Tampoco es conocido aquí para el público general, pero Yen es una súper estrella del calibre de Jackie Chan o Jet Li, e igual de talentoso en su respectivo arte marcial. Durante las dos horas que dura Ip Man hay cierta sensación de no llegar del todo al punto dramático pretendido. Para que nos entendamos, a ser más trascendente en lo narrativo y artístico en general de lo que suelen ser las películas de artes marciales. No obstante, no tiene nada que ver con las pseudo tramas de películas recientes como, por dar un ejemplo, Ong Bak, en las que el guión es un folio de varias líneas que sirve de excusa a los combates. Se llega a un punto medio, no elevado, que aún así es de agradecer. Pero, como dije, lo mejor siguen siendo las escenas de acción. Tenemos alrededor de ocho escenas, algunas bastante largas, en las que los golpes se sienten reales, crudos. Donde cada coreografía es tan bonita y perfeccionista como violenta. Todo ello sin excesos de montaje ni cables escondidos. A fin de cuentas, una película que hablase sobre el Maestro del Wing Chung debería ser tomada en serio y de calidad. Objetivo cumplido.
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