Viernes 13 salió a rebufo del éxito de La noche de Halloween (Halloween, 1978), de John Carpenter. Aquella notable película, trabajada más en el apartado artístico que en el arsenal de asesinatos de su villano, puso de moda el llamado body count. Esto es, propuestas generalmente baratas cuyos ingredientes básicos son: “adolescentes” de buen ver, un asesino que, normalmente, no muestra su rostro, y un asesinatos cada varias escenas. Lo que también es conocido como slasher, y que ya en los noventa resurgió, aunque de modo bastante light, con la magnifica Scream, vigila quien llama (Scream, 1996), sus inferiores secuelas y todo el club de imitadores posteriores, en su gran mayoría con resultados mediocres. En cierto modo Viernes 13 fue a La noche de Halloween, lo que los sucedáneos cutres de Scream fueron a ésta. Pero hay una gran diferencia. Pese a que las películas de Viernes 13 sólo son exploits más o menos entretenidos, lo que si crearon con ellas fue un nivel mayor de brutalidad en los crímenes vistos en pantalla. El gran éxito de se debió a ello. Pese a ser inferior a la de Carpenter, mostraba lo que aquella era más rehacía a mostrar: asesinatos explícitos, sexo, desnudos casi siempre femeninos y personajes que resultan indiferentes al espectador, no como la heroína (Jamie Lee Curtis) que luchaba contra Michael Myers. No obstante, al menos en la primera entrega, el psicópata icónico no era Jason Vorhees, que aparecería en la segunda, sino su madre en busca de venganza. Ya se sabe la historia: el chaval, algo retrasado, murió ahogado en el campamento de verano Crystal Lake, mientras los monitores se dedicaban a folletear. De ahí que muchos asesinatos en la saga se produzcan mientras los personajes están echando un polvo o, al menos, están a poco de hacerlo.
El director fue Sean S. Cunningham, conocido por el ser el productor de la muy polémica en su día La ultima casa a la izquierda (The Last House of the Left, 1972), una de las mejores películas de Wes Craven y que, al igual que Viernes 13, se basó en el morbo por la violencia y el sexo para labrarse una fama inmediata y un culto posterior. De todos modos, lo que quedó para la posteridad no fueron los jovencitos mutilados, ni los destetes. Lo que marcó al publico de entonces fue el “susto final”, en el que un Jason desfigurado sale del agua para intentar ahogar a la única superviviente de la masacre emprendida por su madre. A partir de ese momento, Jason sería la estrella a lo largo de, hasta fecha actual, nueve secuelas, un spin off y un remake. El creador del personaje fue Victor Miller, aunque el aspecto final (cuando no lleva la mascara) fue cosa del gran experto en maquillajes sangrientos Tom Savini. De hecho, está reconocido como co-autor del personaje. ¿Y en cuanto a la película en sí? Pues es obvio que, siendo coherentes y sin dejarnos llevar por la nostalgia, se trata de un body count del montón, con algunas cosas buenas y otras malas, pero nada excesivamente llamativo. Es más, personalmente prefiero algunas secuelas, sobretodo la tercera, en la que definitivamente pudimos ver a Jason como el icono que es hoy en día, con su mascara de Hockey. Además, es una de las más entretenidas y con asesinatos más curiosos. Por cierto, como podéis ver en el cartel, la frase promocional de Viernes 13 es bastante similar a que se utilizó en la citada La ultima casa a la izquierda. En aquella ocasión fue “Mientras usted la ve, repítase: solo es una película, solo es una película”.
Valoración (0 a 5): 2,5
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