En Terminator 2: El juicio final (The Terminator 2: Judment Day, 1991), un robot era enviado del futuro a nuestro tiempo para ayudar a una mujer y a su hijo, futuro líder de la humanidad en la guerra contra las maquinas. Su enemigo era otro robot, más avanzado y peligroso, que era enviado para matar al crío. El destino del planeta dentro de no tantos años dependía de que no consiguiera su objetivo. De acuerdo. Ahora cambiemos los robots por ángeles, las maquinas por más ángeles poseyendo humanos y convirtiéndolos en pseudo zombis, situémoslo todo en un escenario cerrado, rollo Asalto a la comisaría del distrito 13 (Assault on Precint 13, 1976) o La niebla, de Stephen King (The Mist, 2008). El resultado, aunque salvando las distancias de calidad con las tres películas citadas, es Legion. No es que haya gran cosa que ver en sus noventa minutos, pero sin lugar a dudas es una propuesta entretenida para aquellos que disfrutamos de la serie B de video club (de cierta calidad) aunque sea hecha para los cines. Es precisamente esa falta de pretensiones, ese auto-conocimiento de producto de mercadillo inflado para la gran pantalla, con trama, diálogos y personajes rocambolescos, pero divertidos, lo que hace de Legion una película recomendable, hasta cierto punto, y no insultante.
El director de este particular Apocalipsis de acción y terror es un tal Scott Stewart. No penséis mucho, pues como director se trata de su opera prima. Ahora bien, su trabajo para el cine data de hace unos cuantos años, trabajando en el campo de los efectos especiales. Su nombre está en los créditos de Mars Attacks! (1996), Sin City (2005) o Acantilado rojo (Chin Bi, 2008). Lo más interesante de Legion, en todo caso, son algunos geniales momentos que guarda en su metraje. No obstante, hacen falta más de esos momentos: más heladeros elastiscos, niños cabrones y abuelas tuneadas para contrarrestar la pesadez (innecesaria porque dentro de este producto importa un carajo) de algunas conversaciones serias en torno al futuro de la humanidad y el pasado de los personajes. En los momentos más desenfadados y hasta bizarros, es donde se disfruta sin complejos. Además, tenemos por ahí a un genial Paul Bettany haciendo de “ángel bueno” y también secundarios de carácter como Dennis Quaid o el siempre correcto Charles S. Dutton. Lastima que al final, como, no nos engañemos, cine mainstream que es, haya ciertas bajadas de pantalón por parte de los guionistas para cerrar la historia.
Valoración (0 a 5): 2,5
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