Si ahora los vampiros son la moda imperante, en los ochenta lo fueron los robots. Hubo de todo pelaje: el cabronazo llegado del futuro por obra y músculo de Schwarzenegger en Terminator (The Terminator, 1984); el poli resucitado en cyborg justiciero de Robocop (1987); el simpático, aunque bastante mongólico, de Cortocircuito (Short Circuit, 1986); o la mutación femenina muy cabreada de Amiga mortal (Deadly Friend, 1986). Siempre que algo tiene éxito, la serie z, a partir del terreno que más domina, el exploit, se quiere hacer oír con innumerables subproductos de dudosa financiación. Así, entre muchas boñigas, unas con más encanto que otras, llegó el turno de Killbots. Se trata de la segunda película de un director, Jim Wynorski, que aunque cueste creerlo ha tenido desde entonces mucho trabajo: nada menos que 80 películas ha dirigido a lo largo de su carrera (en 49 ha sido productor y en otras 41 también guionista). Algo así como un imitador, salvando las distancias, de Roger Corman. Aunque pensándolo bien, y siguiendo las enseñanzas del citado Corman, no es en absoluto extraño que un tipo así pueda dirigir, producir y escribir tanto. Sin ir más lejos, Killbots dudo que tenga producción más allá de reunir unos cuantos dólares, y cuenta con un guión de dos o tres folios y una dirección con piloto automático. Cualquiera, y repito, cualquiera, con unos mínimos conocimientos del medio es capaz de hacer varios Killbots en un mes.
¿Todo esto quiere decir que estemos ante el fin del cine? No joder. Como apunté, también existen exploits-boñiga con encanto, y aunque cueste reconocerlo, Killbots lo tiene. Lo tiene, primero, porque es una ochenteda total. Y los que, siendo niños, crecimos aquella década llenando de caca los pantalones con muchas de sus obras, mejores o peores, la tenemos especial cariño. Cierto es que hoy en día ves Noche de miedo (Fright Night, 1985), y pese a, valga la redundancia, no darte ningún miedo (tampoco lo pretende, pues es una comedia de terror) te sigue pareciendo digna artísticamente, y sin embargo cosas como la que nos ocupa que te hacían llamar a mamá de madrugada, ahora te producen la carcajada peli-birrera. Pero coño, sigo pasándomelo pipa con sus situaciones ilógicas (atención al final, cuando la tipa da por saco definitivamente al robot y el “novio”, que creíamos muerto, aparece a poca distancia y la suelta “¡Buen disparo!”. Vale, happy end por sorpresa y todo eso pero… ¡maricón ayúdala que casi la rebana el cráneo un robot!) y sus personajes de una neurona (ya se sabe, las tías enseñan todas las tetas menos la protagonista, que como siempre es la más modosita y “virginal”, y los tíos se hacen los duros poniendo cara de masticar chicle, lo que no evita que vayan muriendo como viles ratas).
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